4/02/2012

Fonseca no es otra novela policíaca.

Comienzo a leer Agosto y me atrapa de inmediato en las diez primeras líneas: "La muerte se consumó en una descarga de gozo y alivio, expeliendo residuos excrementicios y glandulares -esperma, saliva, orina, heces-. Se apartó asqueado del cuerpo sin vida sobre la cama al sentir su propio cuerpo contaminado por las inmundicias expulsadas de la carne agónica del otro".
Y supe que esta novela valdría sus horas de lectura, así que me enfrasqué en ella toda la semana, entre exámenes, notas, reuniones y sandeces que me devolvían de cara a la pared, como un castigado, cuando no podía tener la novela entre las manos. Hay un crimen, allá por las alturas de un rascacielos, un crimen brutal y seco, sin dolencias, aséptico asesinato. Hay también un policía, el doctor Mattos (doctor por abogacía), encargado de hacer las pesquisas para restablecer el orden y enjaular al criminal. Padece de úlcera y toma constantemente leche y Pepsamar. A mí me ha invitado también a tomar leche y pepsamar todos estas noches contra mi úlcera de cotidiana vulgaridad. Hay un telón de fondo: julio y agosto del año 54, y la inminencia de un golpe de estado militar en Brasil. Esa es la superficie, porque en el fondo hay también todo esto:
En primer lugar, los políticos: en ese telón de fondo golpista, las conspiraciones ocupan líneas y páginas de la novela, los militares -aire, tierra, mar ¿para cuándo uno "de fuego"?- se debaten entre seguir fieles al presidente Getulio Vargas o traicionarlo por instigador del crimen con que se inició Agosto. Sobra decir la disección que elabora Fonseca sobre el asunto histórico.
Luego están los bicheiros, o corredores de apuesta, quienes tienen un infiltrado en la policía que recibe dinero de estos tales bicheiros y lo reparte entre sus colegas, calmando a la pasma para que no cierren sus chiringuitos encubiertos y fraudulentos. Pero no son los únicos en ser sobornados: jueces, periodistas, altos funcionarios del Ministerio de Justicia... "La Comisaría especializada de Costumbres, que tenía como uno de sus principales objetivos la represión del juego prohibido, era la que más sobornos recibía".
Un lugar señalado es el Senadito. Tras la dura jornada laboral, los consules salen de su institución -el Senado- bajando los treinta y tantos escalones que separan al pueblo de estos prohombres, se paran al lado del semáforo, a la espera de que este les dé vía verde para cruzar de acera. En frente, un portero custodia la puerta. Se conocen. Los deja pasar sin preguntar nombres. Suben otros tanto escalones -quizá algo menos, pero la altura moral y social es similar- y  los recibe Laura, la madama, que sirve a sus invitados, generosamente, chicas y cócteles: "Sobre el senador Freitas, es posible que frecuente el Senadito -le dice un policía al comsiario Mattos-. Cuando se cansan de hacer sus discursitos, esos senadores tan salseros acostumbran a atravesar la calle para echar un polvito relajante. Dicen que las chicas del Senadito son una maravilla." En la siguiente página, Mattos reflexiona: "Sexo y poder. Ahí está el meollo. Sólo se mata por pasta o coño, o por las dos cosas juntas."
Más. Asesinos a sueldo, rápidos y eficaces, con más altura moral y ética profesional que muchos de los policías que trabajan con Mattos, te hacen preguntar, constantemente, quiénes son los buenos y quienes los malos. Otros asesinos son más feroces, porque desconocen el sentido de la lealtad, y matan indiscriminadamente, sin disimulo, a cualquier hora del día, sin desamparo, improvisando el crimen y las víctimas, como un hecho fortuito e imprevisible: a cualquiera nos puede tocar la lotería porque son irracionales, como todas las cosas importantes del ser humano. Y aún hay otros asesinos que son más despiadados en la novela, y estos van vestidos con buenos trajes y se anudan todas las mañanas la corbata sin temblarles las manos, habitan en casas palacios torres y hoteles de lujo (no pongo la comita porque me tocan los huevos) y se mueven en lujosos coches con chóferes que los conducen a sus oficinas, allá por el piso 127 o 151 de un rascacielos. Claro, los entendidos en la novela policíaca dirán que, en este punto, la narrativa de Fonseca cumple con el género: por supuesto. Objetivismo, lumpismo, análisis social. El problema radica en que no está tan clara la línea divisoria de buenos y malos, los agentes de ética doble, ambigua, los pobres de alma de rapiña, políticos con afición a la mentira que con dos copas se desnudan, putas más sinceras que tu madre, hermanos que te sacan de un apuro matando a un asesino, padres que se dejan encarcelar para ocupar tu lugar en el trullo, periodistas que te hacen favores altruistamente, a ti y al asesino al mismo tiempo... Todos te hacen pensar que la realidad es más canalla que las propias personas, porque hoy actúo así, pero mañana le doy la vuelta al calcetín y te apunto, primero te escupo, y luego te apunto y disparo. Y estoy seguro de que, si hiciéramos cumplir la ley, la cosa no cambiaría un puto ápice. La del comisario Mattos queda definida en las dos primeras páginas de la novela: es el único policía de todo Río que no recibe dinero de los bicheiros: sus compañeros lo tienen mucho más claro. Es un loco.
Otro días les cuento más sobre Fonseca, porque hoy me va apeteciendo un golpe seco con dos cubitos de hielo.

2/04/2012

El prefijo sub

El prefijo sub habría que tumbarlo de un buen guantazo en toda la jeta. Es peligroso, créanme, porque cuando menos te lo esperas, te está arrojando al vacío humano.

Con toda la podredumbre que defecamos en occidente hemos hecho constitucional la palabra submundo, que es ese lugar peligroso que está al otro lado de mi ventana. El submundo y el subdesarrollo van de la mano, si lo miramos desde el prisma de occidente, que es la ventana del capitalismo, pero que en realidad es una palabra que quiere decir derrochismo. Submundo es también la mirada de quien mira, a este lado de la ventana, con la calefacción puesta a pesar de estos veinte grados invernales y un buen bistec humeante -del que comeremos acaso sólo la mitad- en cazuela de barro comprada en el comercio justo, que justo sirve para blanquearnos la conciencia. Levi-Strauss habló del falso evolucionismo: "¿Cómo va a ser que sociedades contemporáneas, que siguen ignorantes de la electricidad y de la máquina de vapor no hiciesen recordar una fase anterior del desarrollo de una civilización? ¿Cómo no comparar las tribus indígenas, sin escritura y sin metalurgia, pero que trazan figuras en las paredes rocosas y fabrican útiles de piedra -como los tasmanios o los patagones-, con las formas arcaicas de civilización? Es aquí donde el falso evolucionismo -y el etnocentrismo- se ha soltado el pelo."
Una niña de trece años. Matrimonio de conveniencia (¿a quién conviene?). Tuvo suerte, porque le toca en ese mercadeo o trata un marido escribano que le enseña a leer y escribir en la poesía visual que es el trazo caligráfico árabe. Unos mercenarios llegan una noche, calurosa o fría, pero oscura, abusan de la hospitalidad, abusan también de la niña de trece años y luego asesinan al escribano. Esposa púber antes, ahora viuda, luego esclava. De venta en mercadillos.
Este es el comienzo de la historia camino de convertirse en  una subhistoria. Hasta aquí no parece una historia singular, sino otro relato de tantos con el que martillear el occidentalismo, recurrente en tópicos, situaciones y personajes humillados por gordos fantoches, gente sin escrúpulos y gafas rayban, mafiosos de cara cortada sacados del cine, la rudeza del mundo colonizado, la marca y la ferocidad de las grandes cadenas comerciales. En fin, todo eso.
Todo eso en las primeras treinta páginas, o 250 viñetas. Luego es un poema de amor contado por una Sherezade que habita en un barco sin velas anclado en la aridez del desierto. Entonces es cuando entendemos la doblez de la cita de Levi-Strauss: el argumento de la historia de la humanidad no es un sendero recto, muy al contrario: las civilizaciones se mueven como el caballo en el ajedrez, que para avanzar tiene primero que doblegarse a un costado y no entrar nunca de frente. Y más.  Porque Habibi es también un relato de otros muchos relatos, una pieza tan solo del ejército, Isaac e Ismael sacrificados por Abraham, que es Sara y la palabra sacrificio y la palabra fe y la palabra injusto y la palabra pueblo.

9/02/2011

19 días

Sólo conozco una manera de empezar septiembre y echar el cerrojo al verano que te muerde la nuca. A falta de 19 días, por la fuerza con que arrecia la lluvia y este gris descafeinado que tenemos por cielo, y por esta canción de Dylan, y por la nostalgia del verano que siento ya, y por el comienzo letárgico o la clausura silenciosa, y por el inquilino que me habita la casa, el otoño me ha hincado el diente. Descerrajando un libro.
Panero me sonaba tan sólo de haberlo subrayado en algún manual de literatura hace ya más de un lustro, de alguna antología novísima de hace cuatro décadas o de algún libro de texto de bachillerato de los de hoy. Poeta y tal -heredero hermano sobrino de poetas escritores, noctívagos franquistas- diletante y aristócrata. Parco conocimiento el mío sobre los poetas de una familia que, al parecer, han marcado alguna generación de no sé qué arte y no sé qué década: en aquellas horas yo debía estar haciendo fintas, bloqueos y asistencias, más o menos.
De los tres hermanos Panero, Juan Luis ha sobrevivido a la locura y a la muerte. Comenzó publicando en el año 68 (A través del tiempo) y aquellos poemas le valieron la entrada a la literatura mediante la antología que Castellet hizo de una generación de la que sobreviven tres o cuatro buenos poetas. Siete años después, en el 75, lanza Los trucos de la muerte. Un poema, cargado de imágenes funestas y que comienza con un trago de tequila, el lamido de la sal y la absorción del limón, titula la obra:

Cuando tocas la copa de cristal, tocas la muerte,
en el tequila transparente, en el mezcal amargo, bebes la muerte,
en tu frente y mis manos, en los ojos que miran,
un desierto se agrieta con muñones de muerte.
Suena la música en cuerdas de la muerte
-de la muerte más clara, más muerte de sí misma-
y es la sal de repente su pesada ceniza
y el limón más amargo su sabor desvelado.


 Mágicamente la muerte ha sido convocada, sensual cual puta serpiente, cuando tocas la copa y bebes el mezcal amargo.

En esta noche, con su pañuelo azul y su boca pintada,
la muerte nos saluda alegre en la mesa.
Y nada podemos hacer, nada puede ayudarnos
porque hemos venido aquí para encontrarla,
para verla pasar y pasear por estas calles,
para oírla cantar y reír en las botellas
bajo la luna falsa de neón amarillo.
Multiplicada muerte, morena o pelirroja,
moviendo terca sus pechos, la furia de sus muslos,
este sudor de rostros al pie de su condena.
Besa, besa su sexo, tú que estás más cerca,
pudridero de alcohol, turbia mirada,
húndete, muérete, resucítate, al filo de tu lengua,
allá donde palpa y devora y resbala,
igual que el hocico insaciable del perro
hoza y desgarra la oveja desventrada,
sus grotescas patas donde silva el viento,
besa, besa, húmedo pelo, piel de tu destierro.

Panero coquetea con esa puta multicolor, se siente seducido, sabe de la ferocidad de las redes con que envuelve la muerte a sus presas, de su sexo envenenado con que inmoviliza a sus amantes que no pueden dejar de buscarla y que la encuentran en callejones vestida como derruidas viejas de sombrilla y finos labios de carmín. Panero coquetea con la única certeza que ata el hombre a la vida, con la única verdad y certeza con que el tiempo y la muerte se avienen.

Cuando tocas la copa de cristal, tocas la muerte,
la muerte con su sombrilla rosa en el oculto callejón,
la muerte con los labios perdidos de una canción sin nombre,
la muerte -parece tan sencillo- simplemente la muerte.
Pero hemos venido aquí, tal vez sin conocerlo,
para ahogar para siempre el terror de sus gestos,
hemos venido a conjurar la vida,
el miedo hipócrita a nuestro único dominio.
Hemos venido a aceptar la verdad que no existe,
la huella de una huella, la saliva de un sueño.
No duerme la ciudad, no está despierta, 
y un remoto reloj mide inútiles horas,
mide el tiempo de nada, la realidad vencida, 
calendario implacable de números vacíos.

Cuando tocas la copa de cristal, tocas la muerte, 
y hay un cierto valor y cierta complecencia
en oír tiernamente crujir el esqueleto,
esperpento de muerte, imagen de la vida,
mientras habla el silencio con frases que ignoramos
y un trago lento alienta tu derrota,
esparciéndose espeso sobre el sexo apagado,
el perro y su carroña, las moscas de su lengua.

Feroces, las imágenes del poema ("un desierto se agrieta con muñones de muerte", "calendario implacable de números vacíos") son conducidas con un ritmo hipnótico de noche de alcohol y monólogo existencial (imágenes sucesivas, acciones, anáforas, repeticiones, invocación a un que es el yo lírico); parece sonar en el fondo algún corrido o una mala canción sobre el amor o la muerte. Está el bebedor alcoholizado en su noche, la puta y el animal sediento o voraz -pero también el animal y la puta sedienta y voraz-, está el tequila hundiendo en el fondo, agrietando, cavando una oscura cueva donde la muerte instala su bóveda sobre el derrotado, cabizbajo, soñoliento, sentado en un alto taburete pero acostado sobre la barra del único bar, el vaso suelto, vacío, solo.

9/01/2011

Algo se cuece en la cocina. El horno calienta, poco a poco, con gas butano y una cerilla. El aceite está a punto de hervir: Panero habla:
         "en tu frente y mis manos, en los ojos que miran,
          un desierto se agrieta con muñones de muerte..."
                         

8/09/2011

El amor infortunado

Abunda en cuevas cavernas
pasadizos secretos o soñados
alcantarillas desagües obstruidos
pozos desiertos grietas
sombras o esquinas desdibujadas
laberintos sin sonido
de piel resbaladiza y porosa
de moral abyecta
y ruinas amontonadas
desperdicios del arrabal
secos relojes de pared parados
aspira y se alimenta
del calor de las fábricas abandonadas
de la materia gris del cerebro
de la llovizna de tierra estival
de la suciedad acumulada en las uñas
es el amor de las pensiones baratas
con sus muebles apolillados
el de las bombillas esqueléticas que penden en techos cancerosos
es el amor de los que mueren de hambre de cuernos de invierno
es el amor de las puertas truncadas
al que le debemos colgar el cartel de se traspasa

7/16/2011

Merengue hasta en el sobaco


A estas alturas del pastel, amor, tengo merengue hasta en el sobaco. 

A la Karenina me la he traído para que la isla le dé su poquito de brisa marina, y la saco todos los días a pasear al puerto, puertecito, donde le encanta ver faenar sobre las nasas a David el Loco, el que es hijo de Wenceslao, aquel que una vez se peleara a botellazos con Pepe el Grillo dentro del bar “El Barquillo”, y a Angelito el Calamar, de rizos hercúleos. Le viene bien esta brisa, porque a la muchacha la jeta se le acartonaba un poco entre tanto disgusto y ceño fruncido, que vaya dos mierdas de hombre que se ha buscado la niña “pija tonta esta”, mi madre dixit. A cada cual más pánfilo:
El marido:
“-Pero la vi y la perdoné. Y la felicidad  que experimenté perdonando me mostró claramente mi deber. He perdonado sin reservas, con absoluta sinceridad. Quiero ofrecer la mejilla izquierda al que me abofetea la derecha, dar la camisa al que me quita el vestido. Sólo pido a Dios que no me sea quitada la dicha de perdonar.”
El amante:
“No necesito nada, nada, excepto esta felicidad –pensaba Vronsky, con los ojos en el tirador de la campanilla, e imaginando a Anna tal como la viera la última vez-. Y cuanto más tiempo pasa, más la amo. Aquí está el jardín de la casa de Vrede. ¿Dónde estará Anna? ¿Qué significa eso? ¿Por qué me habrá citado aquí, escribiendo unas líneas en la carta de Betsi?”
Luego está Kitty –cuyo nombre da ya para la primera temporada de todo un culebrón venezolano-, que jugando a dos barajas se quedó la muy subnormal con ninguna, por despabilada: si yo fuera Lievin le diría sin reparos: “Me voy a hacer una escalera con los huesos de todos tus muertos, Kitty, querida, por sapa.” Pero a Lievin tampoco hay que salvarlo de la quema general, porque desafortunadamente se nos ha enamorado de la muñequita pelucona, y por tanto, páginas hay en la novela de platónicos suspiros decadentes. ¿Cuántas veces habrá leído D’Annunzio  esta novela? Aunque a Lievin, pensándolo bien, lo salva su hermano Nicolai, por suerte, que es para nosotros lo más parecido a Iribarren que hay en Karenina.
Y hasta aquí puedo leer sin desvelarte,  mi comandante, el sorprendente suceso de la página 547, allá por la quinta parte: razón tienes cuando los secundarios llenan páginas, porque son un muestrario de nuestro broque, cada cual más interesante y vivo. Pero lo que son los principales, empachaíto de merengue me tienen, y aunque me llegue al sobaco, el julio que me lo está salvando, dicho sea de paso. Ea, con dios!

6/29/2011

Ciegos, muy ciegos.

"Si se hicieran alinear todos los canallas que hay en el planeta ¡qué formidable ejército se vería, y qué muestrario inesperado! Desde niñitos de blanco delantal ("la pura inocencia de la niñez") hasta correctos funcionarios municipales que, sin embargo, se llevan papel y lápices a la casa. Ministros, gobernadores, médicos y abogados en su totalidad, los ya mencionados pobres viejitos (en inmensas cantidades), las también mencionadas matronas que ahora dirigen sociedades de ayuda al leproso o al cardíaco (después de haber galopado sus buenas carreras en camas ajenas y de haber contribuido precisamente al incremento de las enfermedades del corazón), gerentes de grandes empresas, jovencitas de apariencia frágil y ojos de gacela (pero capaces de desplumar a cualquier tonto que crea en el romanticismo femenino o en la debilidad y desamparo de su sexo), inspectores municipales, funcionarios coloniales, embajadores condecorados, etcétera, etcétera. ¡Canallas, marchen! ¡ Qué ejército, mi Dios! ¡Avancen, hijos de puta! ¡Nada de pararse, ni de ponerse a lloriquear, ahora que les espera lo que les tengo preparado!"
                                             Ernesto Sabato: Informe sobre ciegos.
Ahí os lo dejo.