El extraño artilugio de un poema
es una imperturbable realidad
que soporta flemática, sin daño,
cualquier definición.
Es una joya
que resplandece en sus palabras justas,
las ágatas pulidas de una lengua.
Un silogismo para concebir
el hecho inconcebible de estar vivo.
Un camarada fiel que cobijamos
y en la noche del alma nos cobija,
Una semicorchea en el concierto
que interpretan los astros infinitos.
Y es una forma rara de aventura
que nos conduce hasta un país insólito:
esa estepa glacial de la emoción.
Para viajar allí, donde el poema,
un escritor requiere algunos víveres:
cierto devoto amor por los difuntos,
cierto olfato verbal, cierto talento,
cierta ebanistería del oficio,
cierto dios sabe qué de inexplicable.
Y en especial tener cojones duros,
para no sentir miedo de perderse,
para el delirio de apostar con fe,
para adentrase solo en tierra extraña,
para el forzoso puerto del fracaso.
Una fuerza moral.
Consiste en eso:
una fuerza moral contra el destino.
1 comentario:
Cojones duros... ¡Qué obsesión tenemos los españoles con la genitalidad! (Otegi dixit).
Dale, Alberto. Siempre será peor que te coja Fefi3 en bombachita de pelitos y en el cuarto de baño que olía a meao de viejito.
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