11/30/2009

Una clase de Boxeo con Chirbes.


Crematorio. Lugar donde se hace la cremación de los cadáveres.
Crematorio (2), la novelita de Rafael Chirbes, publicada en Anagrama, y que asola, destruye, derriba, quema, dilapida el mundo que heredamos en el siglo xxi. ¡Buf!

Puños duros, y golpe tras golpe, noquea, entonces te vuelves a levantar y un nuevo zurdazo te parte el labio de arriba abajo, sin verlo, a la vuelta de la página inesperadamente, y un hilillo de sangre amarga te corre boca adentro. ¿Qué golpes? Los que aquí dejo consignados:

Golpe 1: La nostalgia. Este directo, monólogo de Rubén Bertomeu, uno de los protagonistas -rico setentón arquiteco alicantino que ha contruido las masas de bloques en hilera por encima de la costa marina alicantina, ha jugueteado con la mafia, con la coca, con la corrupción política y urbanística, le gusta escuchar al maestro Beethoven en el coche de alta gama, dispararse por la autopista, pensar en todo lo que ha visto, en su familia, su hija restauradora de cuadros, su hermano Matías, muerto, tumor hecho ceniza de crematorio, su nueva mujer, cuarenta años más joven que él-:
"Y aquí no hace tantos años, la gente se moría de hambre. Yo la he visto. La he visto escarbar, arrancar hierbas en las orillas de los caminos. He visto a los peones llegar a la casa del Pinar para pedir tres pesetas de anticipo, las mujeres llorándole a mi madre, que llamaba a la criada y les decía que les sirviera en la cocina un plato de las patatas que habían sobrado del hervido de días antes, los niños con la cabeza tiñosa untada de tintura de yodo, o de azufre, aplastando las patatas con la cuchara, y añadiéndoles un poco de agua del vaso que la criada les ponía delante, patatas frías regadas con un chorrito de agua fría, ni siquiera de aceite. Si estaban en la cocina, me marchaba porque no podía soportar la escena. Dinero ni un céntimo, se lo beben los maridos, decía mi madre."

Golpe 2: La noche. Gancho suave de derecha: Monólogo de Collado, viejo ayudante de Bertomeu, muy al principio, cuando apenas empezaban a ser socios y tenían que esconder a la dama blanca en la barriga de los caballos. Personaje sacado de cualquier escena del Padrino, acompañante pistolero farlopero que se sube al carro de la construcción y sacó tajada, para ser humillado, reducido por enamorarse de una dama de noche, rusa, traída en las bodegas de un barco con otras tantas para los bares y nigthclubs de carretera:
"...ahora sorben mierda por la nariz los niñatos en las terrazas de la playa, de los discopubs, de los after hours y los chill outs, esa mierda de los muertos de hambre que sale el fin de semana a quemarlo todo, a pegarle fuego a todo y lo que quieren es meterse, lo que sea, anfetas, tripis, éxtasis sólido o líquido, alcohol, red bull, coca-cola, poppers, pegamento, mierda, guarrerías descontroladas, matarratas. Dolor de cabeza garantizado para la mañana siguiente. Meterse lo que sea y dar saltos y notar cómo te bombea la sangre bajo el chorro de láser que moja con esa luz tan blanca la pista: Yo mismo aspiro tanta mierda que otra cosa, aspirinas picadas, en el mejor de los casos glucosa, cal triturada, eso es lo que lleva mayoritariamente una raya de lo que llaman coca. Las discotecas. Las chicas jovencitas, tu nieta, Rubén, tu nietecita, la veo en la disco, mucho entrar y salir de los retretes tocándose la naricita de fresa."

Golpe 3: el tumor: el golpe de crochet. Raro en literatura, casi tema tabú. Silvia, la hija de Bertomeu, lleva a su hijo al aeropuerto (viaje de fin de curso) y vuelve para el crematorio. Matías la está esperando sobre una plancha metálica y bajo un chorro potente de luz. En el coche:
"Les mostró radiografías, habló de metástasis, pasó la uña del dedo índice sobre sombrías y anchas superficies, que eran hígado, pulmones; en las que destacaban una especie de huecos, vacíos aparentes que eran tumores que habían crecido desbocados. Es inútil aplicar ningún tratamiento. Sedarlo, eso es todo.. No creo que llegué al próximo domingo, diagnósticó. Pero el médico se había equivocado, y Matías ni siquiera había llegado al miércoles."

Golpe 4: Por si acaso queríamos refugiarnos de este mundo en la literatura, un jab seco y directo a mis ojos, a tus ojos de lector que busca maderos para el naufragio. Juan, experto catedrático en la literatura realista de los 50 (ya sabéis, Cela, Bonald, Ferlosio, la miseria y el hambre de posguerra, la novela de berza para algunos, la palabra cargada de futuro para otros) y yerno (creo que digo bien el parentesco) de Bertomeu:
"Incluso cuando hablaba de cultura, de su trabajo como profesor de literatura, se expreaba con amargura su marido (de Silvia). No somos investigadores de cáncer, decía, ni de la vacuna contra la polio, ni de algún material nuevo, en adelante de uso imprescindible. Somos un capricho que se pagan las sociedades ricas y que a los pobres apenas si se les ocurre plantearse. Somos putas, flores de loto que se abren en la charca maloliente de la opulencia; brindamos un entretenimiento un poco más refinado que el que ofrecen las chicas al borde de la carretera (también menos intenso). La belleza, los sentimientos: paparruchas, que decían los personajes de comedia de antes. Leemos un libro, vemos un cuadro, u oímos una canción que nos emociona tremendamente, y a lo mejor hasta nos hace llorar, pero luego eso se acaba, y volvemos a la vida cotidiana, y hasta nos olvidamos de que un día oímos es
sa canción."

Golpe final: Swing y derechazo y lona: el neocapitalismo. De nuevo, Bertomeu encendiendo luces, todo fuera, porque el combate esta finito:
"...en efecto, los barcos de los libros eran vertederos flotantes, y que esos nombres de ciudades asiáticas no quieren decir nada, o quieren decir contaminación química, contaminación orgánica, miseria o despilfarro de un capitalismo recién descubierto, que ejerce una violencia implacable que podríamos llamar mandarinesca, o imperial. Los periódicos cuentan que Pudong, el viejo barrio obrero que ha acabado convirtiéndose en el símbolo de la modernidad de Shangai, se está hundiendo, no metafóricamente, ni comercial ni socialmente, nada de eso, sino físicamente: se hunde de verdad, bajo el peso de los gigantescos rascacielos construidos sobres los sedimentos, sobre el fango del río. Los jardines de Souzou, la Venecia china, están regados por canales que recogen todos los vertidos de las empresas textiles, metalúrgicas, químicas. En el Everest, según cuentan los montañeros en las entrevistas que les hacen, no puedes poner un pie en el suelo sin tropezarte con una lata de conservas o una botella de coca-cola: el mundo como un gran vertedero, un concepto muy de Rubén Bertomeu: aceptar que viajamos entre escombros."

5/24/2009

El París literario de Vila-Matas






















La excusa para esta novela es una conferencia sobre la ironía, dictada durante tres días, pero el resultado es otra cosa muy distinta, una carcajada, un examen de la ciudad mítica, la admiración hacia el gran escritor Hemingway, la tela urdida por los escritores 20, 30 ó 40 años antes, el quehacer literario y la forja de un escritor: todo en unas 230 páginas de buen oficio. Increíble, no es cierto.
A Vila Matas lo reconozco como un escritor de oídas, un nombre que te suena, algún título suyo en el volumen de la historia de la narrativa española (ese eterno moribundo panteón) o algún comentario pasajero en cualquier clase. Pero rebuscando por los estantes me encontré con Bartleby, no el sujeto del cuento de Melville (anclado nihilista en la frase "preferiría no hacerlo"), sino en el otro, el Bartleby y compañía, obra de Vila-Matas, y recordaba haber disfrutado como pocas veces en la lectura de un libro que se negaba a sí mismo, esto es, un libro que habla sobre escritores que se negaron a volver a escribir, sobre todo tras una obra maestra (Salinger, Rimbaud, Rulfo... todos a imitación del personaje melvilleano).

Así que entré a la librería y me despaché a gusto. El primero de ellos, éste de París no se acaba nunca. Poblado de escritores, de referencias a libros, cines y directores, vagabundos de los márgenes de la literatura, guiños a personajes, a capítulos, a teorías. Y en medio de todo, un pequeñito personaje, el propio Vila Matas recordando, que pasea por la ciudad buscando la manera en que escribir un libro, una novela que lo instaure en ese otro mundo que observa desde fuera, el de los escritores que se conocen en un bistrot y se pelean a muerte, literariamente, claro, como lo hicieron Fitzgerald y el propio Hemingway, en abril de 1925, en el Dingo Bar.
Descreído hasta la subversión, irónico incluso consigo mismo, dice en uno de los capítulos para hundir a ese exilio español que se creía intelectual por el sólo hecho de ser un alfredolanda trasterrado:
"Hablando de política, debo decir que un mes después de tomar posesión de mi chambre, mis ideas de estudiante español antifranquista ya habían cambiado y había pasado de ser de izquierda radical dura, de la línea situacionista, con Guy Debord como maestro. Pasé a pensar que ser antifranquista era ser muy poca cosa y, bajo la influencia de las ideas situacionistas, con mi pipa y mis dos gafas falsas, comencé a pasear por el barrio convertido en el prototipo del intelectual poético y secretamente revolucionario. Pero en realidad yo era un situacionista sin haber leído una sola línea de Guy Debord, era pues de la extrema izquiera más radica, pero sólo de oídas."

Y algunos capitulitos más adelante dice, a proposito del escritor que se forma en la penuria, en la pobreza, otro de los tópicos que plagan las biografías literarias y el capítulo sobre el aprendizaje del oficio:

"Creía que era muy elegante vivir en la desesperación. Lo creía lo largo de esos dos años que pasé en París, y en realidad lo he creído casi toda mi vida, he vivido en ese error hasta agosto de este años, que es cuando se tambaleó y derrumbó definitivamente esa íntima creencia en la elegancia de la desesperación. Cuando ésta se derrumbó, fueron cayendo poco después, como un castillo de naipes, otras creencias no menos pintorescas. Como por ejemplo la de pensar que la flacura es esencial para ser intelectual y que los gordos -a medida que yo engordaba, con gran complejo de culpa lo iba pensando cada día más- no son poéticos ni pueden ser inteligentes [...]. Nadie nos pide que vivamos la vida en rosa, pero tampoco la desesperación en negro. Como dice el proverbio chino, ningún hombre puede impedir que el pájaro oscuro de la tristeza vuele sobre su cabeza, pero lo que sí puede impedir es que anide en su cabellera. "No hago nada sin alegría", decía Montaigne. Y al comienzo de El Antiedipo hallamos esta gran frase de Foucault: "No creas que porque eres revolucionario debes sentirte triste".

En realidad ésta de Vila-Matas es un obra indefinible (aquello, muchachos, de los tres géneros clásicos, si épica, lírica o dramática, aquí creo que no nos va a servir de mucho) y, contradictoriamente, una lectura abierta y sincera. De veras que me reí, pero tal vez, lo que más degusté de la novela fue reconocerme en algunos guiños, en muchos tópicos de juventud de literato metaformado y posturón, en el pequeño y torpe escritor. Pero sobre todo la historia narrada de los encuentros y desencuentros de escritores, cineastas, actores, historias y personajes ridículos que mi cabeza tiene almacenada, ahora tomando vida, carne y hueso en la narración, circulando en algo más que un anecdotario, sino más bien paseando en un relato pseedoautobiográfico (qué palabrón acabo de sacarme de la manga) de alguien que pugna consigo mismo por escribir algunas líneas que lo dejen irse a la cama, en una noche de París, en una buhardilla que alquiló a Marguarite Duras y casi nunca pagó, con la sensación de haber trabajado duro, muy duro.


Algunas obras del tipo:
- Doctor Pasavento

- Bartleby y compañía

- La asesina ilustrada

- Suicidios ejemplares
- ...
- y ésta de París no se acaba nunca.

1/07/2009

El viaje del elefante. José Saramago



De Saramago ya se escribió aquí mismo, no ha mucho tiempo, acerca de uno de sus grandes libros, el Ensayo sobre la ceguera. Ahora viene otro, y para muchos que se dedican al arte del hormigueo biográfico sobre los escritores, (léase genialmente a Vila-Matas), para éstos, este libro puede ser el último del escritor portugués. ¿Cómo? Es el camino de los elefantes que, según se sabe, cuando sienten estos paquidermos de cerca la muerte, se retiran a morir al cementerio milenario de elefantes, siempre al mismo cementerio, al mismo camposanto para animales descomunales como sólo ellos. Una liturgia parece cuando marchan a encontrarse con los huesos de los huesos de los huesos de la manada de elefantes a la que pertenecen. Instinto grupal. Esta canalla de la crítica dice que así es como se está sintiendo Saramago (quien tuvo hace algunos meses un leve infarto que lo dejó a punto de irse para el otro barrio -la dedidactoria del libro es una declaración de amor y salvamento: A Pilar, que no dejó que yo muriera.-), octogenario animal de escritura sincrética y emotiva, como un animal descomunal que va notando sobre sí que va a donde siempre le han esperado.
La historia es sencilla: un elefante es regalado por la corte portuguesa a los reyes de Austria, y así, éste inicia su viaje o periplo, primero a través de la meseta castellana y luego por mar hasta Italia, y de ahí a las heladas nieves vienesas. El elefante y su cornaca -o cuidador-, sea dicho, son quienes realizan tal proeza. Pues no parece poca la historia, ni sencilla, si un animal de esos ha de recorrer tantos kilómetros. Bien visto, pocas son las aventuras o sucesos extraordinarios que les acaecen, siendo el que más ese de recorrer durante medio año media Europa del siglo xvi.

Leer a Saramago fue en un tiempo, al menos para mí, un acto de valentía porque me enfrentaba a una forma de contar historias desacostumbrada: parece que nada sucede justo cuando todo está sucediendo: los seres anónimos, los sentimientos más peregrinos y universales, las historias mínimas tras cada ser, la sociedad vertical. Con Saramago uno deja de ser el lector juvenil de anécdotas y aventuras pasajeras, para convertirse en un lector entregado a su responsabilidad como ser social: ningún hombre vivió solo y aislado, y somos precisamente lo que somos porque cohabitamos en sociedades, en grupos, en tribus. Decirlo yo sé que no vale de mucho, así que mejor os enlazo a un reportaje del programa informe semanal sobre el escritor portugués.
Que lo disfruten. Que me lo lean.

José Saramago, en Informe Semanal.