7/16/2011

Merengue hasta en el sobaco


A estas alturas del pastel, amor, tengo merengue hasta en el sobaco. 

A la Karenina me la he traído para que la isla le dé su poquito de brisa marina, y la saco todos los días a pasear al puerto, puertecito, donde le encanta ver faenar sobre las nasas a David el Loco, el que es hijo de Wenceslao, aquel que una vez se peleara a botellazos con Pepe el Grillo dentro del bar “El Barquillo”, y a Angelito el Calamar, de rizos hercúleos. Le viene bien esta brisa, porque a la muchacha la jeta se le acartonaba un poco entre tanto disgusto y ceño fruncido, que vaya dos mierdas de hombre que se ha buscado la niña “pija tonta esta”, mi madre dixit. A cada cual más pánfilo:
El marido:
“-Pero la vi y la perdoné. Y la felicidad  que experimenté perdonando me mostró claramente mi deber. He perdonado sin reservas, con absoluta sinceridad. Quiero ofrecer la mejilla izquierda al que me abofetea la derecha, dar la camisa al que me quita el vestido. Sólo pido a Dios que no me sea quitada la dicha de perdonar.”
El amante:
“No necesito nada, nada, excepto esta felicidad –pensaba Vronsky, con los ojos en el tirador de la campanilla, e imaginando a Anna tal como la viera la última vez-. Y cuanto más tiempo pasa, más la amo. Aquí está el jardín de la casa de Vrede. ¿Dónde estará Anna? ¿Qué significa eso? ¿Por qué me habrá citado aquí, escribiendo unas líneas en la carta de Betsi?”
Luego está Kitty –cuyo nombre da ya para la primera temporada de todo un culebrón venezolano-, que jugando a dos barajas se quedó la muy subnormal con ninguna, por despabilada: si yo fuera Lievin le diría sin reparos: “Me voy a hacer una escalera con los huesos de todos tus muertos, Kitty, querida, por sapa.” Pero a Lievin tampoco hay que salvarlo de la quema general, porque desafortunadamente se nos ha enamorado de la muñequita pelucona, y por tanto, páginas hay en la novela de platónicos suspiros decadentes. ¿Cuántas veces habrá leído D’Annunzio  esta novela? Aunque a Lievin, pensándolo bien, lo salva su hermano Nicolai, por suerte, que es para nosotros lo más parecido a Iribarren que hay en Karenina.
Y hasta aquí puedo leer sin desvelarte,  mi comandante, el sorprendente suceso de la página 547, allá por la quinta parte: razón tienes cuando los secundarios llenan páginas, porque son un muestrario de nuestro broque, cada cual más interesante y vivo. Pero lo que son los principales, empachaíto de merengue me tienen, y aunque me llegue al sobaco, el julio que me lo está salvando, dicho sea de paso. Ea, con dios!