1/07/2009

El viaje del elefante. José Saramago



De Saramago ya se escribió aquí mismo, no ha mucho tiempo, acerca de uno de sus grandes libros, el Ensayo sobre la ceguera. Ahora viene otro, y para muchos que se dedican al arte del hormigueo biográfico sobre los escritores, (léase genialmente a Vila-Matas), para éstos, este libro puede ser el último del escritor portugués. ¿Cómo? Es el camino de los elefantes que, según se sabe, cuando sienten estos paquidermos de cerca la muerte, se retiran a morir al cementerio milenario de elefantes, siempre al mismo cementerio, al mismo camposanto para animales descomunales como sólo ellos. Una liturgia parece cuando marchan a encontrarse con los huesos de los huesos de los huesos de la manada de elefantes a la que pertenecen. Instinto grupal. Esta canalla de la crítica dice que así es como se está sintiendo Saramago (quien tuvo hace algunos meses un leve infarto que lo dejó a punto de irse para el otro barrio -la dedidactoria del libro es una declaración de amor y salvamento: A Pilar, que no dejó que yo muriera.-), octogenario animal de escritura sincrética y emotiva, como un animal descomunal que va notando sobre sí que va a donde siempre le han esperado.
La historia es sencilla: un elefante es regalado por la corte portuguesa a los reyes de Austria, y así, éste inicia su viaje o periplo, primero a través de la meseta castellana y luego por mar hasta Italia, y de ahí a las heladas nieves vienesas. El elefante y su cornaca -o cuidador-, sea dicho, son quienes realizan tal proeza. Pues no parece poca la historia, ni sencilla, si un animal de esos ha de recorrer tantos kilómetros. Bien visto, pocas son las aventuras o sucesos extraordinarios que les acaecen, siendo el que más ese de recorrer durante medio año media Europa del siglo xvi.

Leer a Saramago fue en un tiempo, al menos para mí, un acto de valentía porque me enfrentaba a una forma de contar historias desacostumbrada: parece que nada sucede justo cuando todo está sucediendo: los seres anónimos, los sentimientos más peregrinos y universales, las historias mínimas tras cada ser, la sociedad vertical. Con Saramago uno deja de ser el lector juvenil de anécdotas y aventuras pasajeras, para convertirse en un lector entregado a su responsabilidad como ser social: ningún hombre vivió solo y aislado, y somos precisamente lo que somos porque cohabitamos en sociedades, en grupos, en tribus. Decirlo yo sé que no vale de mucho, así que mejor os enlazo a un reportaje del programa informe semanal sobre el escritor portugués.
Que lo disfruten. Que me lo lean.

José Saramago, en Informe Semanal.