5/24/2009

El París literario de Vila-Matas






















La excusa para esta novela es una conferencia sobre la ironía, dictada durante tres días, pero el resultado es otra cosa muy distinta, una carcajada, un examen de la ciudad mítica, la admiración hacia el gran escritor Hemingway, la tela urdida por los escritores 20, 30 ó 40 años antes, el quehacer literario y la forja de un escritor: todo en unas 230 páginas de buen oficio. Increíble, no es cierto.
A Vila Matas lo reconozco como un escritor de oídas, un nombre que te suena, algún título suyo en el volumen de la historia de la narrativa española (ese eterno moribundo panteón) o algún comentario pasajero en cualquier clase. Pero rebuscando por los estantes me encontré con Bartleby, no el sujeto del cuento de Melville (anclado nihilista en la frase "preferiría no hacerlo"), sino en el otro, el Bartleby y compañía, obra de Vila-Matas, y recordaba haber disfrutado como pocas veces en la lectura de un libro que se negaba a sí mismo, esto es, un libro que habla sobre escritores que se negaron a volver a escribir, sobre todo tras una obra maestra (Salinger, Rimbaud, Rulfo... todos a imitación del personaje melvilleano).

Así que entré a la librería y me despaché a gusto. El primero de ellos, éste de París no se acaba nunca. Poblado de escritores, de referencias a libros, cines y directores, vagabundos de los márgenes de la literatura, guiños a personajes, a capítulos, a teorías. Y en medio de todo, un pequeñito personaje, el propio Vila Matas recordando, que pasea por la ciudad buscando la manera en que escribir un libro, una novela que lo instaure en ese otro mundo que observa desde fuera, el de los escritores que se conocen en un bistrot y se pelean a muerte, literariamente, claro, como lo hicieron Fitzgerald y el propio Hemingway, en abril de 1925, en el Dingo Bar.
Descreído hasta la subversión, irónico incluso consigo mismo, dice en uno de los capítulos para hundir a ese exilio español que se creía intelectual por el sólo hecho de ser un alfredolanda trasterrado:
"Hablando de política, debo decir que un mes después de tomar posesión de mi chambre, mis ideas de estudiante español antifranquista ya habían cambiado y había pasado de ser de izquierda radical dura, de la línea situacionista, con Guy Debord como maestro. Pasé a pensar que ser antifranquista era ser muy poca cosa y, bajo la influencia de las ideas situacionistas, con mi pipa y mis dos gafas falsas, comencé a pasear por el barrio convertido en el prototipo del intelectual poético y secretamente revolucionario. Pero en realidad yo era un situacionista sin haber leído una sola línea de Guy Debord, era pues de la extrema izquiera más radica, pero sólo de oídas."

Y algunos capitulitos más adelante dice, a proposito del escritor que se forma en la penuria, en la pobreza, otro de los tópicos que plagan las biografías literarias y el capítulo sobre el aprendizaje del oficio:

"Creía que era muy elegante vivir en la desesperación. Lo creía lo largo de esos dos años que pasé en París, y en realidad lo he creído casi toda mi vida, he vivido en ese error hasta agosto de este años, que es cuando se tambaleó y derrumbó definitivamente esa íntima creencia en la elegancia de la desesperación. Cuando ésta se derrumbó, fueron cayendo poco después, como un castillo de naipes, otras creencias no menos pintorescas. Como por ejemplo la de pensar que la flacura es esencial para ser intelectual y que los gordos -a medida que yo engordaba, con gran complejo de culpa lo iba pensando cada día más- no son poéticos ni pueden ser inteligentes [...]. Nadie nos pide que vivamos la vida en rosa, pero tampoco la desesperación en negro. Como dice el proverbio chino, ningún hombre puede impedir que el pájaro oscuro de la tristeza vuele sobre su cabeza, pero lo que sí puede impedir es que anide en su cabellera. "No hago nada sin alegría", decía Montaigne. Y al comienzo de El Antiedipo hallamos esta gran frase de Foucault: "No creas que porque eres revolucionario debes sentirte triste".

En realidad ésta de Vila-Matas es un obra indefinible (aquello, muchachos, de los tres géneros clásicos, si épica, lírica o dramática, aquí creo que no nos va a servir de mucho) y, contradictoriamente, una lectura abierta y sincera. De veras que me reí, pero tal vez, lo que más degusté de la novela fue reconocerme en algunos guiños, en muchos tópicos de juventud de literato metaformado y posturón, en el pequeño y torpe escritor. Pero sobre todo la historia narrada de los encuentros y desencuentros de escritores, cineastas, actores, historias y personajes ridículos que mi cabeza tiene almacenada, ahora tomando vida, carne y hueso en la narración, circulando en algo más que un anecdotario, sino más bien paseando en un relato pseedoautobiográfico (qué palabrón acabo de sacarme de la manga) de alguien que pugna consigo mismo por escribir algunas líneas que lo dejen irse a la cama, en una noche de París, en una buhardilla que alquiló a Marguarite Duras y casi nunca pagó, con la sensación de haber trabajado duro, muy duro.


Algunas obras del tipo:
- Doctor Pasavento

- Bartleby y compañía

- La asesina ilustrada

- Suicidios ejemplares
- ...
- y ésta de París no se acaba nunca.