3/15/2010

Al día de hoy, un lunes lento -tras el fin de semana más extraño que recuerdo- y apagado, me lo salva la literatura, como si fueran tres palabras que te acarician tras una tormenta de silencios: ahí van dos de esas tres palabras:
Una, de Adam Zagajevski, y reza así:
"Hace meses que no escribo 
ni un sólo poema.
Vivía humildemente leyendo los periódicos,
pensando en el enigma del poder
y en las causas de la obediencia.
Contemplaba puestas de sol
(escarlatas, muy inquietantes),
sentía cómo callaban los pájaros
y cómo la noche iba enmudeciendo.
Veía girasoles que agachaban 
la cabeza al ocaso, como si un desatento 
verdugo paseara por los jardines.
En el alféizar se iba acumulando
el polvo dulce de semptiembre
mientras las lagartijas se escondían
en los salientes de los muros.
Salía a dar largos paseos,
y deseaba tan sólo una cosa:
relámpagos,
cambios, 
a ti."


Otra, de Alberto Méndez (Los girasoles ciegos):
"Elena se levantó, cerró la ventana, apagó la luz, a tientas se acercó a Ricardo, que seguía inmóvil en el suelo tiritanto. Tomó sus manos, suavemente le forzó a que se levantara y, sin soltarle, le llevó hasta el dormitorio con una dulzura que empezó con besos y caricias en la cara humedecida por las lágrimas y terminó desnudándole con la misma delicadeza con la que vestía al niño. Tuvo que reconstruir el camino de las caricias de antaño y jadear quedamente para atraer las pasiones enterradas en los rincones del miedo. Ayudó a que Ricardo emprendiera la búsqueda de sus secretos y terminó arrodillándose para llamar con los labios el vigor que se escondía bajo todas las tristezas. Cuando obtuvo la respuesta, en el suelo, para eludir los chirridos de la cama, se enzarzaron en un cúmulo de posesiones que tuvo lugar sin un jadeo, sin un grito, sin un te quiero para seguir guardando el secreto de la vida."

A la tercera palabra le queda todavía, tal vez, el acento o la cadencia de la noche. Para otro día.