2/04/2012

El prefijo sub

El prefijo sub habría que tumbarlo de un buen guantazo en toda la jeta. Es peligroso, créanme, porque cuando menos te lo esperas, te está arrojando al vacío humano.

Con toda la podredumbre que defecamos en occidente hemos hecho constitucional la palabra submundo, que es ese lugar peligroso que está al otro lado de mi ventana. El submundo y el subdesarrollo van de la mano, si lo miramos desde el prisma de occidente, que es la ventana del capitalismo, pero que en realidad es una palabra que quiere decir derrochismo. Submundo es también la mirada de quien mira, a este lado de la ventana, con la calefacción puesta a pesar de estos veinte grados invernales y un buen bistec humeante -del que comeremos acaso sólo la mitad- en cazuela de barro comprada en el comercio justo, que justo sirve para blanquearnos la conciencia. Levi-Strauss habló del falso evolucionismo: "¿Cómo va a ser que sociedades contemporáneas, que siguen ignorantes de la electricidad y de la máquina de vapor no hiciesen recordar una fase anterior del desarrollo de una civilización? ¿Cómo no comparar las tribus indígenas, sin escritura y sin metalurgia, pero que trazan figuras en las paredes rocosas y fabrican útiles de piedra -como los tasmanios o los patagones-, con las formas arcaicas de civilización? Es aquí donde el falso evolucionismo -y el etnocentrismo- se ha soltado el pelo."
Una niña de trece años. Matrimonio de conveniencia (¿a quién conviene?). Tuvo suerte, porque le toca en ese mercadeo o trata un marido escribano que le enseña a leer y escribir en la poesía visual que es el trazo caligráfico árabe. Unos mercenarios llegan una noche, calurosa o fría, pero oscura, abusan de la hospitalidad, abusan también de la niña de trece años y luego asesinan al escribano. Esposa púber antes, ahora viuda, luego esclava. De venta en mercadillos.
Este es el comienzo de la historia camino de convertirse en  una subhistoria. Hasta aquí no parece una historia singular, sino otro relato de tantos con el que martillear el occidentalismo, recurrente en tópicos, situaciones y personajes humillados por gordos fantoches, gente sin escrúpulos y gafas rayban, mafiosos de cara cortada sacados del cine, la rudeza del mundo colonizado, la marca y la ferocidad de las grandes cadenas comerciales. En fin, todo eso.
Todo eso en las primeras treinta páginas, o 250 viñetas. Luego es un poema de amor contado por una Sherezade que habita en un barco sin velas anclado en la aridez del desierto. Entonces es cuando entendemos la doblez de la cita de Levi-Strauss: el argumento de la historia de la humanidad no es un sendero recto, muy al contrario: las civilizaciones se mueven como el caballo en el ajedrez, que para avanzar tiene primero que doblegarse a un costado y no entrar nunca de frente. Y más.  Porque Habibi es también un relato de otros muchos relatos, una pieza tan solo del ejército, Isaac e Ismael sacrificados por Abraham, que es Sara y la palabra sacrificio y la palabra fe y la palabra injusto y la palabra pueblo.